257 | Mireya

Mireya Perea vivía en Colombia. Allí era profesora. Y era hija, compañera y amiga. Una mujer comprometida con su entorno y con su realidad social, con los problemas de la gente y la comunidad que le rodeaba. Como maestra, siempre intentaba sacar la escuela a las calles, expandir los márgenes del aula, implicar a los vecinos y a los padres en la educación. Como ciudadana, reivindicaba las libertades fundamentales del pueblo; formaba parte de un grupo que defendía los Derechos Humanos y a sus propios defensores. En su intento por transformar la vida de los otros, acabó cambiando la propia.

Hace quince años, Mireya llegó a Vitoria de la mano de Amnistía Internacional, que la ayudó a salir de su país, aunque de un modo «abrupto y traumático». No sabía nada de Euskadi, su lugar de destino, excepto «unos pocos datos geográficos». Y no emigró en busca de una vida mejor: huyó para salvar la que tenía, «para escapar de la muerte». Lo consiguió, aunque en parte… porque hay algo de ella misma que murió en aquel viaje y porque su vida, desde entonces, es otra. «Después de una salida tan forzosa -dice-, lo único que te queda es resistir». A la realización personal ni la nombra.

«Yo tenía mi casa, mi trabajo, mi espacio social y afectivo. Desarrollaba mis dimensiones como ser humano y como profesional. Me dedicaba a la educación, a aquello que me interesaba. Y todo eso desapareció. Ya no soy profesora. Mi carrera -Pedagogía con énfasis en Humanidades y Lengua Castellana- aquí no existe. He tenido que adaptarme a una realidad diferente, a una arquitectura distinta. Pocas casas aquí tienen jardín y están en el suelo. La mayoría están en el aire, son espacios reducidos y cerrados… En palabras de mi padre, que era campesino, son como casas de avispas».

Mireya es refugiada. Y una charla con ella alcanza para hacerse una idea de lo que eso significa. Tener que huir, pedir asilo, emigrar sin querer, implica mucho más que añorar a los afectos o construir lejos una nueva querencia. El exilio es la nostalgia a la fuerza. Y eso, como ya sabían los antiguos griegos, es otra modalidad de la muerte.

«Muchos refugiados se niegan a decir que lo son. No lo admiten ni lo comparten, en general, porque tienen miedo. Incluso cuando estás lejos conservas el temor de ser perseguido», expone. «Sin embargo, yo defiendo que estas cosas hay que decirlas y compartirlas. Que un Estado te dé asilo significa que reconoce, a nivel internacional, que en tu país se violan los Derechos Humanos y no se respeta la vida. Que tú digas que eres refugiado implica recordar eso mismo. Ahora bien, si lo ocultas y lo niegas, entonces niegas la violencia de tu país y la solidaridad del que te ha abierto las puertas».

Diez años en la radio

Con esta lógica -y convicción-, Mireya quiso dar un paso más allá en la divulgación de este tema y sus implicaciones. De sus quince años como refugiada, ha pasado los últimos diez al frente de un programa de radio en el que, cada semana, analiza junto a Mario Calixto la actualidad de los países latinoamericanos. «La promoción de los Derechos Humanos y de la cultura es nuestro principal objetivo», subraya Mireya para definir el espacio ‘Hola, Latinoamérica’. «Nos parece importante seguir participando en los procesos sociales y en el desarrollo de la cultura, además de servir de voz de quienes están, como nosotros, exiliados».

En ese sentido, «si bien la emisora tiene alcance local -Hala Bedi Irratia cubre Álava-, Internet se ha convertido en una herramienta muy valiosa para el acercamiento de los pueblos. Hoy en día, contamos con varios corresponsales en distintos países de América Latina y sabemos que nos escuchan desde diversos lugares: Austria, Francia, Suiza, Australia, Bélgica… Hay muchos refugiados en el mundo», dice Mireya. En efecto, son más de 15 millones de personas, según las cifras de ACNUR, que lo han perdido todo. O casi todo. Porque la esperanza, no.

«Yo creo que el futuro está en América Latina -opina Mireya-. En algunos países, la situación ya está cambiando y en otros, también lo hará. El germen está ahí y algún día ocurrirá. Cuando la situación sea otra, cuando no haya peligro, volveré. Siempre piensas en volver a tu tierra. Mientras tanto, resistes».

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