256 | Isabel

Isabel Morán cuenta las horas para que llegue el viernes. Ese día (y los dos siguientes), una delegación consular de Nicaragua se acercará a San Sebastián para que los ciudadanos del país centroamericano puedan realizar diversos trámites sin tener que moverse de Euskadi. «Iniciativas como esta son importantes y necesarias, sobre todo para las personas que trabajan de lunes a domingo y no pueden marcharse un par de días a hacer papeleo en Madrid», opina Isabel, que espera renovar su pasaporte.

Aunque ella compagina dos empleos -trabaja en un hotel por las mañanas y cuida a una señora mayor por las tardes-, sí podría hacer el viaje con la inversión de tiempo (y dinero) que implica. «Yo trabajo en unas condiciones normales, con horarios claros, días libres y vacaciones», detalla. «Pero no todo el mundo tiene esa suerte, y menos en estos tiempos. Hay quienes no tienen empleo y quienes no tienen descanso. Las condiciones laborales y de vida, en general, han cambiado mucho en los últimos años», añade. Cuando llegó a Lasarte, en 2005, «hacer la compra en el supermercado costaba mucho menos que hoy».

Isabel es consciente de que la situación económica actual genera preocupación, malestar e, incluso, tensión social. No obstante, añade un matiz importante: «En este momento tan difícil, en el que muchas familias y jóvenes se plantean seriamente la posibilidad de emigrar, hay más solidaridad entre la gente y una mayor comprensión hacia quienes vinimos aquí en su momento. Ahora se entienden mejor las dificultades que tuvimos al llegar y las razones que nos empujaron a hacer las maletas -explica-. Tengo un vecino que, cada vez que me ve, me dice: ‘¡Cómo os entiendo!'»

El escenario, asegura, le da pena. «El cambio ha sido muy grande e imagino que para muchas personas de aquí será difícil soportar la vida fuera, lejos de los afectos y las comodidades que, hasta hace muy poco, tenían. Mal o bien, los que emigramos de un país pobre, o de una situación de pobreza, nos acomodamos a lo que haya. El punto de partida es muy distinto».

Dice esto con la certeza de quien ha nacido en un país marcado por una vida política y social tumultuosa, donde la gente ha aprendido a vivir esquivando los azotes de los seísmos, los vaivenes económicos y las guerras. Si bien ella no emigró por el conflicto armado, algunos de sus hermanos sí lo hicieron. E Isabel lo recuerda muy bien. «Mi madre siempre lo tuvo claro -relata-. Ella decía: ‘Si mis hijos no quieren coger un fusil para quitarle la vida a otras personas, es preferible que huyan’. De nosotros, que somos diez hermanos, unos se fueron a Estados Unidos y otros nos quedamos».

Entre guerras y tiros

Isabel permaneció en Estelí, su pueblo, al igual que su hermano pequeño, a quien sus padres mantuvieron oculto en el caserío familiar «para evitar que lo reclutaran». Con esfuerzo, logró acabar su carrera de contaduría «entre guerras un día y disparos al siguiente», y comenzó a trabajar para Cáritas. Los seis años que le dedicó a la ONG le permitieron estar en contacto con la realidad más descarnada de su tierra; desde la marginalidad de algunos barrios hasta el hacinamiento de las cárceles. El nacimiento de su primer hijo -que hoy tiene 17 años- la llevó a replantearse las cosas.

«Por un lado, los proyectos se estaban acabando. Por otro, lo que yo ganaba casi no alcanzaba para sostener a mi familia. Aunque mi hijo me acompañó a muchos sitios cuando era niño, y eso le hizo madurar con rapidez, la verdad es que no podíamos vivir de mi voluntariado. Por eso decidí emigrar, para sacarlo adelante y darle opciones». Cuando se montó en el avión rumbo a Euskadi, tenía 35 años y su pequeño, nueve.

«Vine aquí porque tenía la referencia de unos amigos nicaragüenses que habían venido antes. Ellos hicieron posible que consiguiera mi primer trabajo, cuidando a unas niñas. Y el trabajo hizo posible que me quedara a vivir. Mi hijo mayor, que quedó al cuidado de mis padres, está a punto de presentarse al examen de selectividad para entrar en la universidad y yo estoy muy orgullosa de él, no solo por el aspecto académico, sino por la clase de persona que es. Mi ilusión es traerle cuando termine el bachillerato, para que siga sus estudios aquí y viva conmigo y con su hermano pequeño, que ha nacido en el País Vasco. Le estoy muy agradecida a esta tierra y a su gente”.

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