249 | Vladimir

Vladimir lo tiene muy claro: existen las madres coraje y, para muestra, la suya. «Las mamás son la hostia», dice con un tono peculiar, mezcla de su acento colombiano con una expresión bien local. La fusión no es de extrañar; lleva siete años en Euskadi. «Viajé directo a Bilbao y fui el último de mi familia en venir. Antes que yo, vinieron mis hermanos pequeños. Y la primera en llegar fue mamá. La arriesgada fue la vieja, que se atrevió a emigrar sola hace más de diez años, y que con su impulso nos ha sacado adelante a los tres».

Pese a todo, él no quería marcharse de Colombia. Y por eso tardó mucho en dar el paso. «Vine cinco años después que mi madre -precisa-. Aunque ella me insistía, yo era reacio a partir». Percusionista profesional, Vladimir era miembro de una compañía folclórica con la que «pudo viajar mucho por América Latina y Europa», una experiencia de la que se siente orgulloso. También era profesor de danzas tradicionales en diversos centros educativos, pero «empezaron los recortes y, cuando en un país hay recortes, lo primero que se mutila es la cultura».

«Empezó a mermar el trabajo y tomé la decisión de marcharme». Aunque tenía aquí a su familia, y contaba con apoyo y referencias, Vladimir sabía muy bien que ese paso iba a ser más difícil que cualquier coreografía que hubiera ensayado antes. «Yo sabía a lo que venía. Tenía claro que supondría un cambio enrome en mi vida y por eso fue tan duro partir. Cuando compré el billete de avión, empecé a alejarme de todo, de la compañía, de las clases, de mi rutina. Aquello era mi vida y preferí distanciarme poco a poco en lugar de hacer un corte repentino. No quería que el cambio fuera radical».

Pero lo fue. «Recuerdo que, ni bien llegué, me impresionó ver tantos coches aparcados en la calle. Lo primero que pensé es que había una fiesta o algo así, porque en Colombia no es habitual; casi todo el mundo deja los coche en el garaje», relata Vladimir, a modo de anécdota curiosa. Menos divertido, en cambio, fue salir a la calle, oír a la gente hablar y no entender ni una palabra. «En los primeros meses, me pasaba eso. Salía a caminar y escuchaba a las personas, pero no comprendía el acento. Y también ocurría al revés. Cuando empecé a trabajar, por ejemplo, tenía que hablar despacio o pedir que me repitieran las cosas porque costaba entender las expresiones».

De la percusión a la carpintería

Vladimir se apuntó a un curso de Lan Ekintza para aprender un nuevo oficio. «Hice un curso de carpintería metálica en aluminio que combinaba seis meses de aprendizaje y seis de trabajo. En ese tiempo, cambiamos las ventanas de un par de colegios, y luego seguí trabajando para la empresa, hasta que empezó a decaer el sector inmobiliario y de la construcción». Ante el nuevo panorama, él no lo dudó: «Me apunté enseguida a otro curso, de logística y almacenamiento. No me gusta estar quieto y creo que es importante formarse para aumentar las posibilidades de encontrar empleo», opina.

En la actualidad, trabaja para una empresa de Amorebieta y se siente afortunado. «El comienzo fue duro, pero no me quejo -dice-, siempre he tenido trabajo». Y, si bien renunció a su vocación para lograrlo, la vida en cierto modo le ha compensado. Soy percusionista y, cuando vine, me traje mi tambor. Pero, además, quise comprarme un djembé, así que fui al barrio de San Francisco a buscar uno».

Ese día, un cartel llamó su atención. «Se ofrecían clases de percusión africana. Llamé y me apunté. Así conocí a Mustaphá, un músico bereber, y acabé formando parte de su grupo, que se llama Bouhia», desvela. El conjunto, que interpreta canciones de la cultura bereber y magrebí, recibe también nuevos aportes y arreglos gracias a las experiencias (y procedencias) de los músicos que lo integran. Hay vascos y bereberes, está él, que es colombiano, y hay también una alemana.

«Desde que me fui de Colombia he tenido poco tiempo para estudiar partituras. Sin embargo, he tenido la oportunidad de conocer músicos maravillosos de distintos lugares que han enriquecido mi experiencia. Con Diego, he incursionado en la música brasileña. Con Asier, en la africana. Yo creo que la inmigración aporta cultura a un país. Obviamente, hay de todo. Pero las personas normales, que venimos a currar y queremos vivir tranquilas y felices, siempre traemos de casa un bagaje cultural para aportar».

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