248 | Santiago

La crisis avanza con paso decidido e imprime con fuerza sus huellas de gigante. Lo rompe todo. Quiebra proyectos. Resquebraja la tranquilidad. Amedrenta a las familias. Y corta los hilos sociales. «Las cosas han cambiado mucho en estos últimos años», enuncia Santiago Morales. Y lo dice desde varias perspectivas: como extranjero, como ciudadano, como presidente de una asociación, como padre de familia y como trabajador autónomo con empleados que dependen de él.

Originario de la ciudad de Cayambe, al norte de Ecuador, Santiago emigró a Bilbao hace ya 16 años. En su país, combinaba la actividad comercial con la defensa de los derechos humanos; en particular, de las poblaciones indígenas. Fue socio fundador de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) y concejal del Ayuntamiento de su ciudad durante dos legislaturas. Explica que decidió emigrar para darle otro futuro a sus hijos, y que eligió el País Vasco porque tenía amigos aquí.

«Podría haberme quedado, sí. Ganaba lo suficiente para mantener a mi familia. Sin embargo -matiza-, decidí marcharme pensando en mis tres hijos. He priorizado su educación. Yo quería que se formaran en otro medio, que tuvieran un horizonte más amplio y por eso elegí el vasco». Gracias a su actividad social en Ecuador, Santiago conocía a personas de aquí, «tenía referencias de Euskadi y de su sistema educativo. Mi objetivo -señala- era que mis hijos cursaran sus estudios superiores en Euskadi».

Una década y media después, ha logrado su propósito, pero también ha sido testigo (y protagonista) de numerosas transformaciones. Desde que llegó, «cuando aún no había muchos ecuatorianos en el País Vasco», ha estado trabajando y ha mantenido su labor social a ambos lados del Atlántico. La asociación que preside, Ecuador Etxea, impulsa numerosas actividades de integración y formación, y no solo para sus paisanos: «Organizamos cursos de autoempleo, de manipulación de alimentos, de inglés… y el proyecto está abierto a todo el mundo; busca la participación de todas las personas, vengan de donde vengan, y también si son de aquí. No somos un gueto», remarca.

En materia laboral, su situación no es muy distinta a la de cualquier emprendedor. «Soy autónomo -indica- y trabajo en el sector de la carpintería. A lo largo de estos años, he trabajado para otros y he sido yo quien ha dado empleo a los demás. He generado puestos de trabajo para extranjeros y para vascos. En las mejores épocas, éramos treinta personas. Hoy, somos cuatro, y trabajamos el doble para ganar la mitad», cuantifica. Le duele la situación y «lo mucho que ha cambiado la percepción de los extranjeros» tras el embate de la crisis.

La pirámide de la aceptación

«Ha sido como una pirámide -ilustra-. Cuando estábamos en la cúspide, la gente de aquí era muy buena con nosotros. Muchos sectores de la economía se apoyaban en nuestra espalda. La construcción, el cuidado de los niños y ancianos, la hostelería o la agricultura dependían de nosotros. Y es importante recordar eso. Los inmigrantes hemos trabajado mucho y hemos dejado aquí los mejores años de nuestra vida. Estábamos tan bien valorados que hasta los bancos nos llamaban para ofrecernos préstamos», desvela con sarcasmo. Pero ahora, con la crisis, estamos en la pendiente: se habla de que no hacemos nada; cala el discurso de que vivimos de ayudas. Se nos percibe como una carga que no merece siquiera tener acceso a la Sanidad».

«Yo me pregunto -prosigue- quién construía, quién cuidaba a los mayores, quién ayudaba a levantar el país y mantener el Estado del bienestar. Pretender cobrar 710 euros por un derecho básico, como se plantea ahora, no solo rompe con el principio de solidaridad, es el peor discrimen que se puede hacer a los más desfavorecidos. Muchas veces oyes un ‘que se vayan’, sin más, como si eso fuese la solución a todo y no es así. Yo conozco infinidad de personas que han regresado a Ecuador; algunas, con sus proyectos migratorios ya cumplidos, y otras, no. También a muchos ecuatorianos con nacionalidad española que se han marchado a otros países europeos. Pero nada de eso es sencillo; ni volver a casa después de tantos años, ni seguir migrando cada vez que te pilla una crisis».

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