246 | Luisa

El 20 de julio de 1810, un comerciante español -José González Llorente- se negó a prestar un florero al criollo Luis de Rubio. Era día de mercado y se produjo una gran reyerta que se saldó con el florero roto… y con la independencia de Colombia. El suceso, de ribetes literarios, pasó a la historia como el origen de la emancipación colombiana; aunque más bien fue la consecuencia de años de lucha y disputas.

202 años después -y algunos miles de kilómetros más lejos-, la comunidad colombiana de Euskadi se reunió para conmemorar el episodio y profundizar un poco más en él. El pasado jueves, en las Aulas de la Experiencia de la UPV, se celebró el Día intelectual de la Independencia de Colombia, una jornada que dedicó un espacio a la música y la cultura, pero que centró sus esfuerzos en la investigación histórica y las ponencias de rigor.

«Menos folclore y más reflexión», sintetiza Luisa Gómez Zárate, periodista bogotana afincada desde hace un lustro en Vizcaya. «Muchos de nosotros -en especial, los jóvenes- desconocemos nuestra propia historia. Si le preguntas a un chaval por la independencia del país, te hablará del ‘florero de Llorente’, pero es bastante probable que no conozca la raíz de los problemas, la confrontación ideológica, la crueldad de las guerras ni el sufrimiento de la época», apostilla. De ahí el interés en plantear un acto más serio.

La comparación es inevitable. «Una de las cosas que más me gustan de aquí es el valor que se le asigna a la cultura y a la historia. La pervivencia de la identidad. Los vascos quieren a su tierra, conocen bien sus raíces y trabajan día a día por mantenerlas vigentes y vivas. En la escuela, los niños aprenden euskera. En casa, las costumbres. Y en las fiestas de los pueblos todos lucen sus trajes típicos, muestran sus danzas y compiten en los deportes tradicionales. El conocimiento se da a todos los niveles», opina.

Luisa aboga por «conocer mejor lo propio y lo ajeno» y, en el proceso, «descubrir la riqueza de los otros; los muchos matices que entraña una sociedad multicultural». Por ello, cada semana colabora con el programa ‘Euskadi hoy’, en Onda Vasca, y en su espacio intenta mostrar «la realidad positiva que existe detrás de la palabra ‘inmigrante'». Una palabra que, a su entender, se ha denostado en los últimos años. Mi objetivo -dice- es romper el estigma que recae sobre los extranjeros, enseñar que hay otras cosas, que no todo son ayudas sociales. Aquí hay mucha gente que vale y que suma», señala.

Para ella, que cambió Bogotá por Gamiz, vivir lejos de su tierra le ha brindado unas cuantas lecciones. «Por un lado, es interesante vivir en una cultura distinta a la tuya, aprender de ella, conocer un mundo nuevo. Por otro, el hecho de marcharte te permite ver con cierta perspectiva tu lugar de origen. En ese sentido -prosigue-, aprendí unas cuantas cosas».

Las clases sociales y el recelo

«Por ejemplo, ahora comprendo mejor el concepto de ‘clasismo’. Allí está bastante arraigado, existen grandes diferencias y no hay tanta interacción entre los miembros de unas clases y otras. Aquí no es tan así. Hay clases sociales y diferencias económicas, por supuesto, pero es mucho más fácil ver a un médico y a un fontanero tomando un café juntos y hablando de la vida», observa. «La sociedad vasca es abierta y su gente es cálida. Yo he tenido la suerte de viajar por distintos países y puedo decirte que la calidez hacia el que llega es más acusada aquí que en otros sitios».

¿Hay excepciones?. «Sí. En ciertos ambientes, todavía existe recelo hacia el extranjero. Y más cuando viene de determinados países. No es lo mismo hablar de un alemán, un argentino y un colombiano, aunque todos sean inmigrantes», compara. «La integración es trabajo de todos. Nuestro, para empezar, porque somos quienes venimos a una sociedad diferente. Pero con eso solo no basta. Tiene que haber voluntad de ambas partes por aceptar al diferente».

Luisa hace una pausa y cita un pensamiento de la comunidad indígena wayúu, que habita en Colombia y Venezuela: «Ellos dicen algo muy bonito. ‘Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie, ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente’. Es una lástima que ser distinto suponga siempre un problema. En algunos sitios, es una traba para relacionarte o trabajar; te dificulta la vida. En otros, no te la hace más difícil. Te la quita».

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