Es tiempo de crisis y cambios, también para los flujos migratorios. En el primer semestre de este año, casi 41.000 españoles han hecho sus maletas y, por primera vez en mucho tiempo, la cifra de quienes se marchan supera a la de quienes llegan. La tasa de paro y los impuestos suben como la espuma y, mientras la prima de riesgo o el Ibex ya forman parte del lenguaje cotidiano, muchas personas se plantean qué hacer. Algunas, por segunda vez en la vida.
«Vuelvo a estar entre dos aguas», señala Nilda Diarte, una directora de teatro que llegó a Bilbao en 2003 y que, como tantos otros argentinos, sabe bien lo que es migrar a golpe de crisis. «Mi vida es el teatro, siempre lo ha sido, pero jamás tuve problemas en compaginar esa actividad con otros trabajos, ni allí ni aquí -explica-. En mi país, por ejemplo, era empleada administrativa. Trabajé durante años en el Hospital Británico de Buenos Aires, hasta que empezaron los despidos. Como tenía una familia que dependía de mí, decidí que no me iba a quedar con los brazos cruzados y me aventuré a montar un pequeño negocio de comidas preparadas y catering», relata.
«Pero con el ‘corralito’ -prosigue- ya no había mucho más para inventar. Quiero decir, las circunstancias te permiten llegar hasta un punto determinado. Uno puede poner todo de sí mismo, ser creativo, tener empuje… y, aun así, no avanzar. Lo que pasaba en mi país era tan grave que muchos ciudadanos nos quedamos sin opciones. No se trataba de falta de ganas o de creatividad, sino de que, miraras donde miraras, no veías la salida». Si acaso, solo una pista: la del aeropuerto internacional.
Nilda hizo sus maletas y se vino hasta Bilbao, donde tenía una amiga. «Vine en busca de una alternativa -dice-. No tenía grandes metas, solo hacer lo que en mi tierra no podía: trabajar. Empecé cuidando niños y, como muchas personas, viví la realidad del trabajo precario y de la vivienda compartida para ahorrar, conseguir los ‘papeles’ y poder progresar. Poco a poco, fui dando pasos, hasta que accedí a un empleo mejor, como administrativa. Y lo cierto es que, de un modo u otro, he trabajado de manera continua… hasta hace poco».
Otra vez, otra crisis. «Y en otro país», apostilla. «Cuando te quedas sin tu fuente de ingresos, la familia es un sostén muy importante. No solo porque te pueda ayudar en un momento dado, sino porque te contiene, te alienta y te da fuerzas para manejar mejor esa situación. En cambio, cuando estás solo, el camino se te hace más cuesta arriba», observa Nilda, aunque matiza que en estos años ha hecho muy buenos amigos y que esa red afectiva es muy importante.
La creatividad y los lazos
«Se lo debo al teatro -subraya-. Como te decía antes, el arte escénico y la interpretación son vitales para mí, y no he dejado de trabajar en ello. Aunque no me da de comer, me permite crecer. Cuando uno emigra y se queda sin sus referencias, es muy fácil caer en la trampa de olvidarse de uno mismo, dejar de cuidarse, no cultivar el talento personal o la capacidad intelectual. En estos años, he visto a mucha gente maltratarse, caer en la dinámica del descuido y centrarse únicamente en ser fuerza laboral. Yo también tuve épocas de mucho sacrificio y trabajé de lunes a lunes, pero nunca dejé a un lado aquellas cosas que me apasionan. Hay un trabajo que haces para vivir y otro, para recordar quién eres».
Este punto es, para ella, fundamental. Y lo ilustra de la siguiente manera: «Me he apuntado a varios cursos desde que vivo aquí. Algunos eran ‘utilitarios’, de formación ocupacional, y otros tenían que ver con el arte o la creatividad. En estos últimos, yo era la única extranjera. Y eso me lleva a preguntarme si los inmigrantes no tenemos espacios para desarrollarnos, si no tenemos intereses o si acaso nos autoexcluimos. Cualquiera de esas opciones -continúa- es muy triste».
«La emigración es una experiencia de vida que te pasa por el cuerpo y te atraviesa; da igual de dónde seas o a dónde vayas, incluso si vuelves a tu país después de años de ausencia. Es algo muy real que conlleva sus renuncias y sus duelos. Por eso, además de preocuparte por subsistir y adaptarte, tienes que poner toda tu inteligencia en marcha para no desvanecerte en el proceso. Cada tanto está bien preguntarse quién soy, dónde estoy y qué tengo. Es un modo muy sencillo de no perderse en el camino».