«Yo te cuento mi historia. Pero, a cambio, te pido un favor: no seas condescendiente conmigo. No hables de mí como la pobrecita chiquilla boliviana que para llegar hasta aquí sufrió un montón. Cualquiera sabe que emigrar y vivir lejos de su familia es duro, pero mucho más jodido es quedarse allí para ver cómo los tuyos pierden su casa y se quedan sin techo. Yo emigré porque tomé una decisión. Y me quedé aquí por lo mismo. He sido más útil en la distancia que en la proximidad. Desde Bilbao, he podido ayudar más que si me hubiera quedado en Cochabamba».
Así de clara es Silvia Ortega cuando habla. En sus frases no hay lugar para las medias tintas y por eso pide lo mismo para esta página. «Mucha gente percibe que la inmigración es algo traumático, pero yo opino que no hay que convertirla en un drama. Son decisiones. Duras y tristes, sí, pero decisiones al fin. La necesidad mueve a las personas y no creo que haya que sentir lástima por quienes nos ponemos en marcha. Lo que sí creo es que debe haber un trato respetuoso y en condiciones de igualdad. Es más justo y más digno».
Con 28 años -los últimos diez cumplidos en Bizkaia-, Silvia ha sido testigo directo de la «bonanza económica» que hubo y del «declive social» que hay. «Cuando llegué, al tercer día encontré trabajo y, desde entonces, jamás me faltó. Obviamente, al principio sólo tienes la opción de emplearte en ciertos sectores, como el servicio doméstico y la hostelería, pero en ese momento te da igual. No te planteas la realización profesional, sino cumplir con tu objetivo». En su caso, conservar la casa familiar.
«En aquel momento, Bolivia estaba peor que ahora. Yo estudiaba, trabajaba, y ganaba el equivalente a unos 40 euros por mes. Vine aquí, empecé a trabajar y a mandar dinero a mi familia. Pagamos las deudas, cancelamos la hipoteca y pudimos solucionar las cosas bastante rápido», resume. Entre tanto, Silvia se ocupó de estudiar. «Me apunté a euskera y a un curso de formación profesional. Hice prácticas en empresas y ahora mismo trabajo en un polígono industrial; me dedico a montar armarios de cableado para instalaciones eléctricas».
«Cuando cancelamos la hipoteca, en lugar de regresar, pensé en mis hermanos pequeños -prosigue-. Para salir adelante en Bolivia, era importante que tuvieran estudios. Siempre he dicho que está bien tener los bolsillos llenos, pero más aún la cabeza, así que me ocupé de que tuvieran esa oportunidad. Hoy en día, mis dos hermanos son chefs profesionales y mi madre siempre dice que, en un país tan machista como el nuestro, ha hecho las cosas muy bien con sus hijos. Han pasado ya diez años y yo tengo aquí mi vida, mi pareja y mi propia hipoteca. Soy, guste o no, una ciudadana más. Trabajo como cualquiera. Pago mis impuestos como cualquiera. Vivo aquí, aunque haya nacido fuera, y por eso reivindico mis derechos».
Rechazo social
En su opinión, la xenofobia ha aumentado con la crisis y, sobre todo, con los mensajes que se han asentado sobre la inmigración. «Parece que, o somos unos aprovechados sociales, o somos paridores de hijos, o somos unos vagos… Y si eres mujer, joven y latinoamericana, ya ni te cuento. En el Congreso se anuncian recortes de todo tipo. Por ejemplo, se promueve un modelo de Sanidad que sea sólo para algunos, y se presentan las cosas de tal modo que parece únicamente los inmigrantes nos ponemos enfermos. ¿De verdad alguien puede creer que no atender la salud de un colectivo hará que baje el déficit y la prima de riesgo?», se pregunta.
Y añade, con un trazo de amargura, que sí. «Después pasa lo que pasa. Aumenta la crispación social y un día entras a una cafetería cualquiera a las siete de la mañana y alguien te suelta, sin conocerte de nada, un ‘por qué no te vas a tu puto país’. Te lo digo así, tal como me lo han dicho a mí». De ahí que Silvia subraye la importancia de «hacer cosas juntos en beneficio de todos. Hay muchas cabezas pensantes de aquí y de fuera; mucho talento y mucha gente preparada. No puede ser que nos quedemos de brazos cruzados echándonos las culpas. La lucha contra la discriminación, la violencia de género, la corrupción política, los recortes sociales e, incluso, contra la criminalización de la protesta es cosa de todos los que vivimos aquí, aunque hayamos nacido lejos», concluye.