El próximo sábado comienza el Festival ‘Gentes del Mundo’, un certamen de carácter cultural y familiar muy conocido en Bilbao, que este año celebra su VI edición. Al igual que en oportunidades anteriores, la fiesta incluirá música, danza y gastronomía típica de diversos países. La novedad es que, este año, redoblará su apuesta e irá un paso más allá. «La inmigración es una realidad social con múltiples aristas y, por esa razón, ya no podemos quedarnos en la superficie, en el aspecto folclórico del asunto», señala Juan Carlos Pérez, coordinador del Área de Sensibilización del evento. Así, además de la propuesta lúdica y festiva -«que sí, es necesaria»-, habrá espacios para la reflexión y el aprendizaje colectivos.
«La fase de visualización ya está cumplida; es decir, ya todos sabemos de la existencia de los demás. Incluso ya conocemos muchos usos y costumbres de aquí y de otros lugares. El reto ahora es generar un modelo de personas y de relaciones, apuntar más hacia lo intercultural que hacia lo multicultural. Nuestra realidad nos pide compromisos profundos, que nos convirtamos en actores políticos y agentes de cambio, y eso no se logra con la cocina y la danza sino con el debate y la puesta en común de saberes y de ideas», subraya este colombiano, que vive en Euskadi desde hace diez años.
Asuntos tan importantes como la identidad, la integración o el papel de las Asociaciones y las ONG forman parte de este nuevo enfoque, que se ancla más en la vertiente social que en la cultural. «La idea -insiste Juan Carlos- es trascender lo que ya se ha hecho, ir a más». Y para los extranjeros que, como él, llevan varios años radicados en el País Vasco, esta es una cuestión de base.
«Muchas veces me preguntan de dónde soy y de dónde me siento. Lo primero se responde con facilidad; lo segundo es más complicado -admite-. A medida que pasa el tiempo, uno se descubre tan ligado a la tierra de adopción como al lugar de nacimiento. Obviamente, soy colombiano. Pero no soy la misma persona que era hace diez años». También los planes son otros.
«Yo vine a Bilbao siguiendo los pasos de mi madre, porque fue ella quien se lanzó a buscar nuevos horizones -relata-. En ese momento, tenía veinte años, estudiaba Publicidad en la universidad y trabajaba en mis ratos libres. Mi plan original, cuando me fui de Colombia, era seguir estudiando lo mío. Sin embargo, surgieron cosas que yo no había contemplado. Por un lado, la dificultad de las convalidaciones académicas. Por otro, nuevas oportunidades laborales. Cuando emigras, por muchos planes que traces, los sucesos se van entrelazando hasta tejer una historia paralela a la que tú habías proyectado», reflexiona.
Las nuevas raíces
El trabajo, los amigos, el amor -está en pareja con una chica vasca- «generan nuevos lazos y raíces. Hoy en día -continúa-, mi vida está aquí. Y eso que solo mi madre y yo hemos venido; el resto de mi familia continúa en Colombia». En su opinión, «es muy difícil que alguien se plantee emigrar ‘para siempre’, porque sería demasiado traumático. La frase ‘cuando vuelva’ permanece en nuestras conversaciones, del mismo modo que conservamos la fantasía de regresar, aunque no lo hagamos nunca», sostiene. Por supuesto, hecha de menos su país y, en particular, Neiva, su ciudad. Y basta escuchar cómo la describe para darse cuenta de ello.
«Siempre digo que provengo de un principado colombiano: el de la alegría. En mi tierra confluyen muchos componentes. Hay una visión de la vida especial y unos elementos artísticos muy interesantes ligados a la cultura agustiniana. Allí nace el río Magdalena, que recorre todo el país. Y en una superficie similar a la de Euskadi tenemos climas y paisajes muy diversos: desde el desierto y el monte nevado hasta la selva», señala. «Me gusta mi tierra, claro. Y me gusta esta tierra también. Me siento un poco de allí, otro poco de aquí, y no le pongo freno a ese sentimiento. Me permito vivirlo de un modo consciente para disfrutar plenamente de las bondades de cada lugar».