Son las diez de la mañana y Liliana Patiño acaba de abrir su local. Tiene una tienda de abalorios en Getxo, un pequeño comercio que, esta vez, también sirve de escenario para una charla amena sobre la vida y los cambios. Incluso, sobre el azar.
“Yo nunca había imaginado que acabaría viviendo en Euskadi -explica-. Sí tenía ganas de ver el mundo y saber qué había fuera de mi tierra, pero el País Vasco no estaba en mis planes. Cuando vivía en Colombia, soñaba con ir a México».
La pregunta es inevitable: ¿a qué se debió ese cambio radical? «En el año 2000, mi prima vino aquí a trabajar con su marido. Era una época distinta. En aquel momento, la economía iba bien, ambos tenían empleo y se veía el progreso, por eso me animaron a venir. Cada vez que hablábamos, me lo decían». Sin embargo, no fue hasta 2006 que Liliana se decidió a hacer las maletas.
“Me lo pensé mucho -remarca-. Yo tenía un buen empleo y estaba contenta en Medellín; había trabajado en un banco y en el sector automotriz. Le di muchas vueltas al asunto y, al final, me decidí. Consideré que sería una experiencia personal muy positiva. Por un lado, cumpliría el sueño de vivir una temporada fuera de Colombia. Por otro, tendría aquí una referencia cercana, alguien de mi familia. Estaría lejos, pero no sola, y eso siempre facilita las cosas».
O no, porque la realidad tiene más fuerza que el corsé de los esquemas. Liliana dejó su trabajo, reunió el dinero necesario para el viaje y, el mismo día que llegó, su prima le advirtió de que había un cambio de planes. «‘En quince días, nos vamos’, dijo, ‘regresamos a Colombia'». En ese momento, Liliana no supo qué hacer. Se sintió «impotente, frustrada» y, sobre todo, «desorientada».
“De pronto me encontré con que, en efecto, estaba lejos y estaría sola. No sabía bien cómo actuar. Había pedido un préstamo para venir aquí y había renunciado a mi trabajo allí. Evidentemente, volver a Medellín no estaba entre mis opciones. Además -enfatiza-, la decisión de venir fue mía y, al tomarla, me marqué unos objetivos. No iba a volver derrotada».
Ese modo de entender las cosas le dio ánimo para seguir. Y la herramienta para ello fue el trabajo. «Desde que llegué, estoy trabajando. Empecé en hostelería y eso fue muy instructivo porque aprendí unas cuantas cosas. Con el tiempo comencé a volcarme hacia el sector comercial, que me motiva mucho, y quise rescatar otra de mis pasiones: el diseño y la moda. Así fue que, con sacrificio y ahorrando, me lancé a montar esta tienda».
Hoja de ruta
Para entonces, la crisis ya arrojaba algo de sombra, pero a ella no le importó. «Los mismos objetivos que te pones son los que te impulsan a seguir. Obviamente, es muy difícil cumplir con tu ‘hoja de ruta’ a la perfección, y eso es algo que descubres cuando empiezas a andar tu camino. Las metas son materiales, tú no. Tú eres una persona que pasa por varios procesos, alguien que tiene mejores y peores días, y que conoce a otras personas de las que puede aprender mucho. En estos años, he conocido a gente maravillosa», reflexiona.
Entre ellas, a su pareja, a quien le reconoce el apoyo constante. “Es él quien está a mi lado todos los días y me da fuerzas para seguir. La tienda es mi proyecto personal, pero ayuda mucho tener un compañero al que contarle las cosas”.
Y es que, después de seis años viviendo lejos de su tierra, Liliana lo tiene claro: «Emigrar no es tan fácil como decir ‘voy, hago y ya está’. Las cosas llevan su tiempo y a veces tropiezas con dificultades añadidas, como tener que luchar con el estigma de la mujer colombiana. Eso también es duro. En cualquier caso, se supera porque una sabe quién es, qué hace y a qué vino. Soy una mujer emprendedora e independiente. No me gusta el conformismo. Vine a crecer y a trabajar, no a mantener a nadie ni, mucho menos, a que nadie me mantenga».