233 | Cristina

La entrevista tiene lugar un jueves por la tarde, cuando Cristina Melo sale de clase de euskera. Va dos veces por semana y ya es el cuarto año que cursa. “Me encanta -dice-. Me gusta aprender cosas nuevas, conocer la cultura del lugar donde vivo y acercarme a un idioma tan distinto a todo lo que he conocido antes”. Para alguien como ella -que viene de fuera y que, además, es filóloga- la lengua vasca “es muy rica en sus matices” y supone un “aprendizaje constante”.

Se siente feliz en Vitoria, la ciudad que eligió hace muchos años para vivir. “Me gusta la gente, la cultura y la calidad de vida que hay aquí. Gasteiz tiene el tamaño ideal; todo es próximo, ¡hasta la naturaleza y el monte!”, señala antes de recordar que, este año, la capital alavesa ostenta el título de Capital Verde de Europa. “Los ciudadanos cuidan el lugar, y viceversa -prosigue-. El sistema sanitario es impecable y en la calle hay seguridad, tanto ciudadana como social. ¿Cómo no voy a valorar algo así?”, se pregunta.

De hecho, esa búsqueda de seguridad y sosiego fue una de las principales razones que la motivaron a marcharse de Venezuela, su país. “Allí existe más diferencia social, una brecha insalvable entre las clases. Si eres camarera o limpiadora, por ejemplo, la sociedad te encasilla en ese rol. Es difícil que coincidas con la directora de una empresa, o que vayas a comer al mismo restaurante que un diputado. No hay tanta movilidad social como aquí, donde no es tan difícil que personas cor roles diferentes y poderes adquisitivos distintos coincidan en los mismos ámbitos”, compara.

Sabe bien de lo que habla, pues lo ha vivido en su piel. En Villa de Cura (Venezuela), fue durante diez años secretaria de la cámara edilicia municipal. “Era un trabajo prestigioso, bien valorado socialmente”, indica. En Vitoria, cuando llegó, tuvo que “empezar desde cero” y comenzó a trabajar de camarera. “El contraste fue muy grande, claro. Yo venía de una situación diferente, tenía dos carreras universitarias y traía la mentalidad de allá. Sin embargo -matiza-, no tardé en percibir que aquí las cosas eran distintas y se vivían de otra manera. ¿Qué más da en lo que trabajes si el fruto de tu esfuerzo te permite hacer lo que te gusta, vivir tranquilo y ser feliz?”

La pregunta queda suspendida en el aire. Hay una pausa. Después, Cristina prosigue. “Mira. Yo me siento muy conforme con mi vida, satisfecha y realizada. He estudiado lo que he querido y, aunque no trabaje de ello, soy una persona feliz. En Venezuela, hubo un momento en que dejé de serlo. Me sentía presa en libertad. En parte por mi cargo y en parte, por estar casada con un europeo, me sentía controlada y perseguida. A veces, incluso, tenía que cambiar de ruta o de coche”, indica.

Unas largas vacaciones

La razón de su partida está ahí. Y la elección del destino, también, pues el marido de Cristina es vasco. “En 1983, él viajó a Venezuela -relata-. Iba de vacaciones, pero un amigo de su padre que vivía allí le ofreció trabajo y se quedó. En ese entonces yo era muy jovencita; tenía 13 años, y estudiaba teatro con un profesor español. Una tarde, mi marido fue a buscar al profesor y así nos conocimos él y yo”.

Cristina recuerda que pasaron muchos años de “miradas y poco más” porque, en aquella época, “sólo tenía permiso para ir a misa y comprar el pan”. Se casaron cuando ella cumplió 19 años. “Al año siguiente, nos fuimos de luna de miel a Londres, pero hicimos un alto en el camino para pasar por Vitoria. Conocí a su familia, a Euskadi y, durante los años siguientes, viajamos varias veces”. Aun así, la pareja no tenía planes de radicarse en el País Vasco.

“Estábamos bien en Venezuela… Hasta que dejamos de estarlo. La inseguridad empezó a aumentar, la asistencia sanitaria tenía grandes carencias… Decidimos cruzar el ‘charco’. Y fue difícil, sin duda. Regalamos casi todas nuestras cosas porque no pudimos venderlas. El cambio del bolívar a la peseta fue muy desfavorable. Tuvimos que empezar a construir desde la nada. Pero, ¿sabes qué? Valió la pena. Después de 22 años, seguimos juntos y tenemos una hija maravillosa. Estoy muy agradecida con la vida”.

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