Jackeline Oliveira es brasileña, de Goiânia, una ciudad bastante peculiar. No solo fue construida para reemplazar a otra urbe, su nombre es fruto de un concurso que organizó un periódico en 1933. “Mi ciudad es maravillosa y tengo ganas de verla otra vez. Desde que vine para aquí, no he vuelto”, dice Jackie, que llegó a Bilbao hace diez años. En ese entonces ella tenía 25 y unas ganas imparables de salir y ver mundo.
“Mi madre ya vivía en Euskadi. Había venido al País Vasco un par de años atrás y yo sentía mucha curiosidad por este lugar. Quería conocer su casa, la ciudad… y decidí venir con mi marido”. Jackie, que trabajaba en una tienda de ropa, juntó valor y renunció a su empleo.
El trabajo era estable, pero ella no era capaz de imaginarse haciendo lo mismo durante toda la vida. Quería explorar otros caminos. Quería un cambio y lo encontró, aunque no fue el que imaginaba. “La verdad es que nada fue como pensábamos que sería. El comienzo fue muy duro, como el de muchos inmigrantes. Nos costó conseguir un trabajo y un lugar para vivir. Mi marido es pintor, empezó a trabajar; y poco después me quedé embarazada”.
Jonathan Oliveira, el hijo de Jackie, tiene ahora seis años. El próximo sábado cumplirá uno más. Sus maestros dicen que es un niño muy alegre. Su mamá, que tiene una sonrisa hermosa. Y sus médicos, que padece una encefalopatía hipóxica que se manifiesta como una tetraplejiaespástica. Es decir, tiene parálisis cerebral. A Jonathan le cuesta comunicarse y entender lo que pasa a su alrededor. Sus brazos y sus piernas están rígidos, salvo por los espasmos. Es incapaz de controlar su cuerpo, y el pronóstico es que nunca lo hará.
La voz de Jackie se quiebra al explicar esto, y eso que lo ha contado muchas veces. “El nacimiento de mi hijo fue muy largo; estuve casi treinta horas en trabajo de parto, intentando que fuera natural. Quería lo mejor y me equivoqué. Demoré. Esperé demasiado. Jonathan nació por cesárea y estuvo un mes en la UCI antes de que pudiera cogerlo en brazos yllevármelo para casa. Era muy duro escuchar a los doctores, comprender y asimilar lo que decían. Pero lo peor siempre ha sido y será saber que eso sucedió por mí, por una mala decisión; saber que Jonathan podría ser hoy un niño normal”.
Su pequeño era muy frágil. “La cabecita se le pegaba a la espalda; era difícil incluso darle el pecho”, recuerda ella acongojada. Hoy, es un niño vulnerable, pues “siempre dependerá de los demás, del cuidado y del cariño de la gente”. Esa situación de fragilidad y dependencia es la que ha cambiado por completo el proyecto y las metas de Jackie. Mientras piensa en el futuro lejano, en cómo será cuando ella no esté, se marca unos pasos concretos y cortos.
Un cambio radical
“Tener un hijo con parálisis cerebral impacta en todos los aspectos de tu vida. A medida que crece, necesitas más apoyo humano y técnico. Vives entre férulas, asideros de ducha, grúas y camas ortopédicas”, enumera Jackie que, ahora mismo, se ha fijado como objetivo conseguir una silla especial para él. “Estas cosas son muy caras. Osakidetza me ayuda mucho y quiero agradecer públicamente a todos quienes trabajan para que Jonathan sea un niño feliz”.
Jackie se dedica a la repostería para cumplir ese objetivo. “Yo ya no puedo trabajar fuera de casa ni cumplir un horario convencional, así que cocino en mi casa cuando puedo; en general, por las noches”. Entre estaactividad y la página web que ha abierto para apelar a la solidaridad, Jackie confía en darle a su hijolas cosas que necesita. “Me gustaría mucho contactar con otros padres que estén en una situación similar, porque siempre es bueno intercambiar experiencias y ayudarse”, dice esta brasileña que no tiene previsto regresar.
“Para mí, sería muy difícil sacar a mi hijo adelante allí. En Euskadi, la gente es muy solidaria y compañera. No hay tantas barreras. Jonathan ha crecido mucho gracias a eso, al cuidado, la atención y los avances. A veces, los sueños se rompen, pero siempre tienes que luchar”.