220 | María Esther

“Cuando cambias de país, debes estar dispuesta a aprender cosas nuevas y adaptarte al sitio al que vas. No puedes pretender que todo sea como lo era en tu casa. Si te marchas, debes tener presente que las costumbres serán otras, que la cultura será diferente, que la comida será distinta… Y que tú misma cambiarás. Ser extranjero es algo que te marca para siempre porque eliges el camino de los inicios constantes. Emigrar es empezar desde cero, una y otra vez”. Así, con estas reflexiones, María Esther da comienzo a la entrevista.

Boliviana, de la ciudad de Camiri -“la capital petrolera del país”-, María Esther sabe muy bien lo que es reinventarse a sí misma. Mucho antes de venir para Euskadi, asumió en solitario el cuidado de sus dos hijos y tomó la decisión de salir adelante en la vida, por ellos y para ellos dos. Sus ‘pequeños’, que hoy tienen 28 y 16 años, han sido siempre su motivación y su fuerza para “continuar avanzando aunque la tentación de desfallecer sea grande”.

“Cada vez que me enfrento a algo nuevo, o siento que no voy a poder, pienso que el sustento de mi familia depende de mi trabajo”, dice. De ese modo encaraba los desafíos en Bolivia. Y de igual modo lo hace aquí, aunque con un añadido: “Desde que estoy en Euskadi -explica-, cuando siento que no puedo más, pienso en la cara de mis hijos el día que me marché. Te aseguro que eso me quita cualquier miedo de inmediato”.

Maria Esther es secretaria ejecutiva. Estudió para ello en Camiri y, al acabar su formación, se marchó a Santa Cruz con los niños. No tenía experiencia laboral, pero sí el empuje necesario y, poco después de llegar, consiguió su primer trabajo. “El primero y el único -aclara-. Estuve en la misma empresa durante 14 años, hasta 2005, cuando me marché”. Aunque el comienzo fue duro, porque su jefe era “meticuloso y perfeccionista”, logró abrirse paso. Tanto que, al cabo de dos años, pasó a ocupar un cargo de confianza: fue la secretaria de presidencia en una corporación muy importante en Bolivia.

“Era un buen trabajo y no ganaba mal, pero apenas me alcanzaba para llegar a fin de mes. Detrás de mí había una cuenta: tenía que pagar una hipoteca. Y, como pasaba muchas horas fuera de casa, le pagaba a una chica para que estuviera con mis hijos en mi ausencia. Con sacrificio, llegaba a todo, pero cuando mi hijo mayor estaba a punto de acabar el instituto comprendí que necesitaba más ingresos. Yo quería que él estudiara en la universidad y para eso me hacía falta más dinero”

Ser madre por teléfono

El futuro, inminente, la empujó a tomar la decisión. María Esther organizó todo, habló con su madre para que cuidara a los chavales, compró un billete de avión y se marchó de su trabajo, de su país y de la vida que había tenido hasta entonces. “Pero nunca dejé de ser la madre de mis hijos, ni de ocuparme de ellos, ni de velar por su bienestar -reivindica-. Ser madre a la distancia es muy duro; a veces te ves transmitiendo tus valores por teléfono… pero sabes que el sacrificio tendrá su recompensa. Quizás no estés físicamente con tus hijos; sin embargo, les estás dando las mejores herramientas que tienes a tu alcance para que puedan desenvolverse en la vida el día que realmente no estés. Al año de venir para aquí pude saldar mi hipoteca. Dentro de dos años, mi hijo mayor acabará su carrera. Y yo sé que, si falto un día, les habré dejado un techo y los instrumentos para ganarse el pan”.

La contraparte es que no renunció a un puesto de trabajo, sino a un tipo de trabajo. “De ser secretaria y estar rodeada de papeles, calculadoras y ordenadores, pasé a trabajar en una casa, al cuidado de una señora mayor. Mi vida, hoy, es limpiar, cocinar, atender… Y te diré que de todo eso he aprendido muchísimo; no solo a hacer unas tareas que antes no hacía, sino a valorar cada oportunidad. Llegué a Euskadi en 2006, después de pasar por Zaragoza y Teruel. Desde entonces, trabajo para la misma familia. Me siento valorada, me han acogido muy bien, y siento mucha gratitud. La comprensión y el respeto compensan el sacrificio, aunque lo que más me reconforta es saber que mis hijos tendrán algo mejor de lo que yo he tenido”, concluye.

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