218 | Jenny

28 de diciembre, año 2000. Jenny embarcaba en un avión, en Bogotá, con una idea muy precisa como guía: llegar aquí, trabajar duro; cruzar el mundo para comérselo. El día anterior había sido su cumpleaños, el número 22, pero no lo celebró. Tampoco estuvo muy dispuesta a celebrar la Navidad. La promesa de un futuro, el viaje en sí, ocupaban cada pensamiento. No había sitio para nada más.

“De algún modo apartas esos momentos tan lindos, coges fuerza y te lanzas sola, convencida de que es lo mejor. Luego llegas y descubres que no todo es color de rosa, que no es tal como imaginabas. Entonces paras y piensas: ‘he vendido esto, he empeñado aquello, he prestado lo otro… Y hasta que no lo recupere no puedo volver’. Tienes que hacer que el salto valga la pena”.

Jenny comparte esta reflexión once años después, mientras organiza la actividad del restaurante que ha montado en Deusto. Está muy ilusionada con su nuevo proyecto -abrió hace un año- y con la buena acogida que ha tenido, no solo en el colectivo colombiano, sino también en el vasco. “Preparamos comida típica de mi país, pero también ofrecemos algunos platos de aquí. El resultado es un salón muy variopinto, donde coinciden personas de distintas procedencias, incluso parejas mixtas”, describe.

Por su experiencia en el sector, intuía que funcionaría desde el momento en que lo ideó. “Desde que llegué a Bilbao trabajé siempre en hostelería -relata-. Los comienzos fueron duros. Empecé compartiendo una habitación con cuatro personas. La contraparte es que había oportunidades laborales y que enseguida comencé a trabajar. Poco después, pude alquilar un piso para vivir en condiciones”.

Pero no todo fue coser y cantar. Los resúmenes tienen el defecto de simplificar demasiado las cosas. Por ejemplo, pueden obviar que el restaurante actual no es su primer proyecto y que Jenny ha tenido que rehacer su vida y “empezar desde cero, otra vez”. Como tantas otras personas que emprenden negocios por su cuenta y riesgo, ella aprendió muchas lecciones por las malas experiencias; esas que la dejaron “sin nada”, nuevamente en el punto de partida.

Volver a empezar

“Mi ex pareja me estafó. No solo a mí, sino a más gente y al banco. Habíamos pedido un crédito para abrir un bar de pintxos y vinos. Trabajábamos mucho y nos iba muy bien. Yo podía ayudar a mi mamá, que vivía en Medellín. Estábamos ahorrando e invirtiendo en nuestro futuro en Colombia, porque la idea de los dos era regresar cuando tuviéramos una buena base. Él viajaba cada tanto para allí, según me decía, para supervisar las cosas, y yo me quedaba trabajando aquí. Pero un día no volvió. Se llevó todo el dinero y me dejó sola con las deudas”.

Jenny hace una pausa. Está dolida con la situación y aún sigue indignada. Tras coger aire, prosigue: “Tiempo atrás, yo no hablaba de esto con nadie. Me daba vergüenza. Pero un día decidí compartirlo y ¿sabes qué? Descubrí que no soy la única; que hay más gente como yo y más gente como él, gente que no duda en fastidiar a cualquiera con tal de salirse con la suya. Me enoja mucho que esto suceda porque basta una persona deshonesta para empañar todo el esfuerzo de las personas de bien. Por culpa de estas cosas, las personas de aquí no se fían de nosotros. Como extranjera y como trabajadora, creo que las autoridades deberían hacer algo para atrapar a quienes se van de aquí debiéndole dinero al país que les ha dado la oportunidad de crecer”.

Para ella, como es natural, la experiencia fue un varapalo; algo que “preferiría no haber vivido”. Aun así, no se desanima. “Ojalá hubiera empezado sola hace diez años, en lugar de hacerlo ahora con un lastre. Pero no puedo quedarme estancada, pensando en lo mucho que perdí. Hago de cuenta que llegué ayer y encaro esta nueva etapa con la misma energía de entonces. Además, me permito disfrutar de las bondades de esta tierra. Aquí he podido estudiar, hay seguridad y hay futuro. Incluso con la crisis, se pueden alcanzar los sueños”.

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