Dex Ortiz trabaja en uno de los bares de pintxos más prestigiosos de Euskadi. Probablemente, el más conocido de Hondarribia a nivel local e internacional. Y es que, como él mismo cuenta con orgullo, el bar ha ganado varios premios por sus diminutas creaciones, recibe muchas visitas de fuera y no es raro que, cada tanto, se deje caer por allí algún periodista que otro con apetito y curiosidad. “El año pasado -subraya- vinieron los del New York Times”. En efecto, en julio de 2010, el periódico estadounidense elogiaba la creatividad del chef, Bixente Muñoz, a quien presentaba con un ejemplo de talento e innovación culinaria.
Pero el trabajo de Dex no está en los fogones, sino detrás de la barra, flanqueado por pequeñas delicias y decenas de clientes. Para alguien que aprecia la buena cocina, es el lugar ideal, un rincón del paraíso. Por ello, al principio sorprende un poco que la nostalgia de su tierra no la sienta en el corazón, sino en el paladar. “Mi familia vive en Euskadi -explica-. Lo que más extraño del Perú es la comida, y eso que hoy en día aquí se puede conseguir casi de todo”.
“Tener cerca a los afectos cambia mucho la perspectiva”, dice. Y lleva razón. Pero existe otra explicación poderosa para echar en falta el sabor andino, y es que la cocina peruana es muy buena. De hecho, ostenta varios récords Guinness por su variedad, cantidad y calidad. “Tenemos más de 250 platos distintos”, precisa Dex, que tiene presente el dato porque esta semana, en Irún, se celebrará un taller de gastronomía típica de su país.
“El jueves 28 se cumplen 190 años de la independencia del Perú, y la jornada gastronómica será una de las actividades principales, pero no la única”, avanza Dex que, como miembro de la asociación indoamericana Estrella Radiante, ha participado en la organización del evento. “Vendrá el cónsul desde Bilbao, y habrá charlas y conferencias”, agrega.
La cita es motivo de “alegría y orgullo” para la colectividad peruana residente en el País Vasco, que ha crecido bastante en los últimos años. “Cuando yo llegué, en 2001, no éramos tantos”, recuerda Dex, que vino a Irún con una oferta de trabajo cuando tenía 23 años. “Mi tío es marino mercante y había decidido quedarse aquí. También estaba mi hermano. La verdad, yo no tenía planes de emigrar, no era algo en lo que pensara cuando vivía en Lima. Pero se dieron las circunstancias para ello y finalmente tomé la decisión”.
Más posibilidades
Las circunstancias a las que se refiere fueron de índole laboral. “Yo tenía un pequeño negocio con mi madre, una tienda de ordenadores e informática, y nos iba bastante bien. Pero mi padre se quedó sin trabajo y decidí dejarle el negocio. Yo era más joven que él y tenía más oportunidades de salir adelante empezando desde cero”, relata. Poco después, surgió la oportunidad de venir.
“Empecé en la construcción, primero como peón y después como maquinista. Luego me fui tres años a Madrid porque quería probar algo distinto. La experiencia fue dura al principio. Comencé como repartidor de pizzas y como sólo tenia dinero para alquilar el garaje de la moto, dormí allí las dos primeras semanas”.
Durante esas primeras noches de invierno, Dex pensó más de una vez “¿qué estoy haciendo?”. Pero no se dio por vencido. “Al final me fue bien, porque acabé como encargado del local”, dice. Sin embargo, “echaba de menos el País Vasco, la tranquilidad, la calidad de vida… En Madrid hay mucho estrés y la ciudad quema. Aquí no. Además, los vascos son muy amables. Yo llegué hace 10 años a Euskadi y nunca me sentí extranjero. Y menos ahora, que mis hijos han nacido aquí y hablan euskera mientras corretean por la casa”.