El próximo sábado, durante todo el día, el barrio donostiarra de Altza acogerá su III Encuentro Multicultural. La cita tendrá lugar en la Casa de Cultura y, al igual que en los años anteriores, contará con la participación de decenas de extranjeros residentes en el País Vasco que quieren dar a conocer lo mejor de sus lugares de origen. En la jornada habrá música y danzas típicas de países muy diferentes, como Ecuador, Brasil, Rusia o Senegal. Y, además, una novedad. Por primera vez, se disputará un concurso gastronómico en el que se podrá degustar platos tradicionales de Euskadi, Honduras, Nicaragua, Chile, Guinea Ecuatorial o Pakistán, entre otros.
“Será un gran encuentro para celebrar la diversidad y mostrar que, más allá de las cosas negativas, los inmigrantes aportamos muchos aspectos positivos a la sociedad local. No todo lo malo que ocurre se debe a la llegada de extranjeros. Tenemos muchos valores y por ello es importante que nos demos a conocer en el plano cultural”, apunta la educadora social María Elena Lazo, que colabora desde hace años con la asociación Berpiztu, organizadora del evento.
María Elena nació en Perú, llegó a Donosti hace 24 años y su historia personal refrenda muy bien sus palabras. Madre de cuatro chavales y con una marcada vocación social, ella no emigró por dinero, ni siquiera por amor, sino por un matrimonio infeliz. “Tenía una profesión y un trabajo que me gustaba, pero una relación de pareja desdichada. Las cosas no iban nada bien y él me amenazaba siempre con quitarme a los niños”, dice obviando los detalles.
Cuando llegó a San Sebastián, su hijo menor tenía apenas un año. Y su vida, a partir de entonces, se centró en salir adelante, como cabeza de familia. “En aquella época no había tantos extranjeros y los que venían con una carrera conseguían puestos de trabajo cualificado. Yo vine con cuatro niños y mi único objetivo era que crecieran felices, tranquilos; que tuvieran educación y cariño. Cuidé a personas mayores y a enfermos, limpié casas… Y no me avergüenza porque lo hice para sostener a mi familia. Por supuesto, fue sacrificado, pero en Donosti volví a vivir. Desde el comienzo, me sentí segura y tranquila”.
De aquella época -mediados de los ochenta-, María Elena aún conserva sus primeras impresiones. “No había mendigos y eso me sorprendió. Todo estaba super limpio, ordenado y había una gran sensación de seguridad. Es verdad que ha cambiado mucho, y que ahora hay lo que no había. Ha venido más gente y no todo el mundo es honrado. Pero yo insisto: no se puede culpar a todos los extranjeros por las cosas malas que pasan. Eso no es realista, ni justo”.
Trabajo social
Antes de emigrar a Donosti, María Elena trabajaba como educadora social con los colectivos más marginales de Perú, como las prostitutas y los niños de la calle. Y, aunque aquí se dedicó a otras cosas, nunca perdió su vocación. Por esa razón, hace más de trece años se unió a la ONG Berpiztu, para trabajar como voluntaria. Este año, hace poco, la contrataron, y ella asegura sentirse “como en un sueño, realizada y feliz”.
“La organización está trabajando mucho con los inmigrantes; en especial con las mujeres. Casi todas buscan trabajo como empleadas domésticas, pero llegan sin saber cocinar o limpiar bien una casa. Cuando las cogen, sólo duran dos o tres días, y las despiden -explica-. Estamos poniendo el énfasis en enseñarles todas las habilidades necesarias para que sepan cómo hacer las tareas. Y también queremos paliar el analfabetismo con clases de escritura y lectura, porque los índices son elevados”, señala.
En cuanto a los planes futuros, María Elena asegura que le gustaría volver a Perú para aplicar todo lo que ha aprendido aquí en intervención social. “Es un proyecto que tengo desde hace mucho -dice-, aunque, claro, mis hijos ya son grandes y no se quieren ir allí. Creo que acabaré viviendo a caballo entre los dos sitios. Después de tantos años, me siento parte de ambos”.