Antonio Amortegui y su familia llegaron a España en 2002. Tras su paso por Santander, donde no se sintieron a gusto, vinieron a Bilbao motivados por el apellido. “Mi suegro había nacido en Cantabria pero, hace años, emigró. En México conoció a su señora y, después, se estableció en Colombia. Aunque era mi mujer quien tenía los ‘papeles’, yo sabía que en mi familia había una ascendencia vasca. Por eso vinimos aquí”, relata en su local de la calle Gordóniz.
El establecimiento en el que se encuentra es “el primero de los tres”. Compró la lonja con sus ahorros y se embarcó en una aventura que actualmente “marcha muy bien”. Tan bien que, en este momento, ya tiene dos sucursales. “Hace poco abrimos dos tiendas, aquí cerquita, en la calle Labayru. Una tiene lo mismo que esta, además de la frutería, y la otra es una panadería donde horneamos productos de allá”.
Aunque los inicios no fueron sencillos, los resultados están a la vista, porque el escaparate y las estanterías son un compendio latino, y los clientes -de todas partes- no cesan de entrar y comprar. “La mayor parte de la clientela es de origen latinoamericano, pero cada vez vienen más personas que han nacido en Bilbao. La gente de aquí siente curiosidad, entra al local y pregunta qué son las cosas. Y también vienen vecinas a buscar la fruta fresca”. Precisamente, de su amplia oferta, ese es el producto estrella. “Los plátanos maduros, el tomate de árbol, los mangos y la yuca se venden muy bien -explica Antonio-, igual que las galletas y la harina. Cada uno viene a buscar lo que extraña de su tierra o a probar algunos los productos que traemos de otras partes”.
Lo interesante del caso es lo mucho que Antonio ha aprendido. Como en cualquier ultramarino, se fomenta la conversación y de ese modo “conoces más cosas”, no sólo sobre los productos sino, también, sobre las culturas. “Aprendes palabras, costumbres y recetas. Aprendes a distinguir los acentos, a entender qué echa en falta cada uno, qué le preocupa, cómo es su país”. Y, de paso, a ver la integración funcionando: “Aquí vienen muchas parejas mixtas, o grupos de amigos con gente de aquí y de allá. Es sorprendente cómo la comida sirve de nexo para contarse cosas”, reflexiona.
El trabajo de dependiente es “bastante sacrificado”, más cuando se tienen tres tiendas y sólo hay cuatro miembros en la familia. Las vacaciones las cogen “de a uno”, pero ningún Amortegui se queja: “Mis hijos tienen trabajo estable y, con el tiempo, manejarán todo. Siempre quise que se organizaran y que tuvieran algo propio. Me parece muy positivo que, con veinte o veintiún años, hayan cogido un rumbo, sepan dirigir un negocio y no anden por ahí”, explica.
El horario lo es todo
Aunque los hijos de Antonio estén “aprendiendo de a poco”, lo que ya saben de sobra es plantar cara y sumar horas, porque los establecimientos permanecen abiertos desde las 9 de la mañana hasta las 21.30, todos los días de la semana, incluidos los festivos. “Los domingos, en realidad, son los días que más vendemos. La gente piensa que es cómodo y que ofrecemos un buen servicio”.
El horario no es casual, pues coincide con los días libres de gran parte de los extranjeros. Pero, además, de un tiempo a esta parte también saca de algún apuro a los bares cuando se quedan sin provisiones. “Hace cinco años no era tan común. Actualmente le vendemos a bares y restaurantes, y a muchos de ellos, al por mayor. Ahora hay cantidad de establecimientos especializados en comida latina que nos compran los ingredientes para preparar sus platos”, desvela y añade: “Es una realidad que la inmigración está moviendo el comercio”.
Tal vez uno de los secretos sea el constante movimiento, el querer ir a por más. “Uno viene con la idea de progresar y para eso hay que esforzarse”, dice Antonio. De ahí que, en cinco años, haya abierto tres locales y que el próximo reto previsto sea “comenzar a importar nosotros, convertirnos en mayoristas”.