Cyrille Urbain nació en Camerún, aunque se transformó en un nuevo vasco hace casi diez años. Llegó a Bilbao sin escalas (sin pateras y sin riesgos) porque sus hermanas vivían aquí. “Me pidieron que viniera”, recuerda, así que dejó su trabajo y su casa para acompañar a su familia. A sus 35 años, este músico profesional trabaja como pastelero, pero nunca abandonó su vocación: Cyrille lleva “el ritmo en la sangre”.
“No lo puedo evitar -dice-. No concibo una vida sin música. Cuando vivía en Camerún, tocaba con un grupo completo que ejecutaba todo tipo de ritmos, desde salsa hasta jazz”. En ese entonces, con 25 años, tenía su historia resuelta. “Yo tenía mi vida y mis cosas, me dedicaba a lo que me gustaba hacer, a lo que de verdad me apasiona”. El llamado de los suyos, sin embargo, pudo más.
Dejó el trabajo, la banda y la sala de conciertos y se embarcó en un vuelo rumbo a Bilbao. “Europa se ve a lo lejos como la tierra de las oportunidades. Además de tener aquí a mis hermanas, yo quería cambiar. En mi país no me faltaba nada ni tenía dificultades, pero quería mejorar, como cualquiera”. Tardó poco en darse cuenta de que no iba a ser tan sencillo.
“Aquí no se puede vivir de la música”, señala, especialmente cuando la cultura auditiva del público es diferente a la del artista. “Lo que se oía en Euskadi no encajaba para nada con lo que yo hacía”, enfatiza. Existía una brecha “enorme” que tenía que acortar. ¿Solución? Buscar trabajo. “Es la única manera de incorporarte a la sociedad”.
Aprendió un oficio -es pastelero- y comenzó a relacionarse con más gente, a “tener una vida normal”. Sus salidas con la cuadrilla y sus charlas sobre la vida generaron amistades, y así fue que recordó su sueño de formar un grupo y tocar. “De momento, somos tres y estamos recién empezando. Si tuviéramos la orquesta completa, el resultado sería más interesante, pero estamos muy contentos con poder enseñar lo que hacemos”.
‘Las voces de Camerún’ -así se llama la banda- tocó hace poco en directo, en el escenario del Kafe Antzokia. “Había gente de muchos sitios; de Camerún, por supuesto, y de Bilbao. Fue estupendo descubrir que todo elmundo estaba dentro del ambiente, que sentía y disfrutaba lo que hacíamos. Los tres nos sentimos muy bien”. Está claro que, en diez años, la cultura local ha cambiado. Cyrille también. Su música no.
“Yo sigo cantando en duala, el dialecto que se habla en mi pueblo”. Es uno de los doscientos que se manejan en Camerún. “También tenemos otras canciones escritas en inglés y francés, las dos lenguas oficiales del país, pero nos faltan elementos sonoros para poder interpretarlas”. El grupo busca un guitarrista que quiera sumarse al proyecto.
Aunque Cyrille tiene herramientas de sobra para comunicarse con cualquier persona, los tres idiomas que habla se notan menos que el color de su piel. Al margen de las “típicas bromillas” que, según él, son comprensibles, “siempre hay alguien que te mira raro solamente porque eres negro”. No obstante, el camerunés destaca que “esas personas son minoría”. En términos generales, se ha sentido muy arropado y una de las cosas que más le gustan de Bilbao es su gente. “Los vascos tienen un gran corazón y a mí me han tratado muy bien”, subraya.
De infiernos y paraísos
Lo que no se trata tan bien es “la imagen africana”. “Cuando los periodistas llegan allí, se empeñan en mostrar lo malo. Incluso en los documentales, que están hechos para educar, se muestra a la gente en aldeas con poca ropa y con hambre. Yo no digo que eso no exista, pero no es la única verdad. Todos los países tienen su parte bonita y Camerún es un país muy bello, aunque a nadie le importa enseñarlo”. El asunto le molesta bastante. Más que eso, le preocupa.
“Las personas que nunca han viajado se quedan con esa idea y es triste”. Lo mismo pasa a la inversa, “cuando vienes sin conocer”. “La televisión nos muestra un país que se asemeja al paraíso en la Tierra y resulta que, al llegar, descubres que tiene problemas. Todos los sitios los tienen”.
De Duala, su pueblo, Cyrille extraña a sus amigos, sobre todo en esta época, cuando se acerca la Navidad. “Nochebuena y Nochevieja allí son una gran fiesta. La gente sale a la calle, como si fuera Carnaval. Con lo poco que tenemos, vivimos a tope -relata- Yo aquí tengo mis ‘papeles’, mi residencia y mi trabajo. Estoy contento e integrado, pero no es lo mismo. Siempre falta un ‘punto’, alguna cosa… No reniego de mi cultura, me siento orgulloso de ser quien soy”.