7 | Jacinto

Jacinto Manga cambia pateras por barcos de pesca, diferencias de clase por clases en la escuela y escenarios de dependencia por ideas de desarrollo. A sus cuarenta años, este senegalés afincado en Durango preside una asociación que no sólo se ocupa de velar por quienes llegan. También traza varios proyectos para ayudar en su país. «No puedes irte y olvidarte de la gente –dice–. Eso no es solución para nadie». Y, con la misma solvencia, relata la creación de un puerto pesquero o la compra de un terreno para edificar un colegio.

Los dos proyectos –el puerto y la escuela– se gestaron aquí, en el corazón de Vizcaya, pero han visto la luz más lejos, en las manos de Senegal. Desde que Jacinto vive en España (hace ya seis años), no ha parado de crear. Lo primero, una asociación –M’Lomp–, que actualmente preside. Lo segundo, mecanismos de ayuda para asesorar a quienes llegan e impulsar «una mejora» que evite más despedidas. De trato amable y razonamiento veloz, este hombre tiene muy claro que los frenos migratorios no se encuentran en los controles de Aduanas, sino en la «motivación real de quedarse». De «ser feliz» en el país de origen.

Pero la felicidad no siempre aparece; a veces hay que salir a buscarla. Como hizo él mismo en mayo de 2001, aunque su historia no se parezca en nada a las que muestra el telediario. Estudió física y química durante años en la universidad, pero las constantes huelgas en la Enseñanza dilataban la obtención de su título. Cansado, optó por hacerse contable. «En dos años acabé la carrera y, cuando salió el visado, vine encantado a buscar otra oportunidad», recuerda. Llegó aquí en avión, con papeles y una oferta de trabajo. Quizá en Durango no sea contable ni químico profesional, pero su labor de hornero en una fundición vizcaína le «permite sobrevivir» y ayudar a su familia.

Lo notable de asunto es que no se conformó con eso. Jacinto y sus compatriotas radicados en Durango decidieron invertir tiempo y esfuerzo en mejorar la situación de Senegal. «Todos hemos venido pensando en la gente que dejamos allí y en cómo hacer que su vida sea más llevadera», dice. Y entonces explica que los espectáculos de baile que ofrece su asociación sirven para recaudar fondos y hacer obras en Senegal.

Menciona el puerto de pescadores porque «ya está en funcionamiento» cerca de un pueblo pequeño donde antes había pocos recursos. Ese puerto, finaciado con los fondos de la asociación, ha supuesto un «cambio importante» en la dinámica de la aldea. Entre otras cosas, porque hay trabajo. «Ahora estamos intentando solucionar un segundo problema –confiesa Jacinto–: la conservación de lo que se pesca». Todavía hoy, tras la faena del día, «los pescadores tienen que andar muchos kilómetros para conseguir hielo» y las reglas del mercado son muy claras: «Si no venden de inmediato lo que pescan, todo se echa a perder, hay que tirarlo». Los compradores lo saben y, por eso, «bajan los precios».

Llevar un barco

La solución que Jacinto se plantea no es nada descabellada, pero sí puede sonar faraónica: «Conseguir un gran buque de pesca que tenga cámaras refrigerantes y mandarlo a Senegal», explica. Ni siquiera le tiembla la voz. «La presencia de un barco frigorífico facilitaría mucho el trabajo de los pescadores e incrementaría sus ingresos, ya que no se verían obligados a vender a cualquier precio su mercadería», razona Jacinto con neuronas de contable y corazón de compromiso.

En colaboración con la asociación Jaiki (con la que se apuntaron al mundialito de fútbol donostiarra), han comenzado a averiguar por navíos que estén a punto de pasar por el desguace, pero que todavía funcionen. «Quizá en la zona de Santander podamos conseguir algo», evalúa. «La generosidad de la gente y su preocupación por el desarrollo de los países africanos es muy fuerte. En Durango hemos tenido respaldo de otros grupos y de las propias instituciones», reconoce agradecido.

Claro que «no puedes pedir apoyo sin hacer ningún esfuerzo». Por eso, si hay que bailar u organizar muestras para juntar dinero, se hace. Y no hay cansancio que valga. «Entre varias actividades logramos reunir cierto capital y lo hemos invertido en comprar dos terrenos colindantes». Cada uno, a 1.800 euros. «Allí vamos a edificar una escuela y ya tenemos los planes de estudio hasta bachillerato. Nos queda resolver cómo lo financiaremos», dice. Trabajo y educación. Jacinto tiene claro que estos pilares son clave. Lo que probablemente no sepa es que su labor, además de ayudar, cambiará para mucha gente el significado de la palabra ‘embarcar’.

Artículo publicado originalmente por Laura Caorsi en el diario El Correo.
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