Pedro Lee es un hombre de negocios. Ha vivido más tiempo en España que en Taiwán, su ciudad natal, y el peso de esos años se le nota, pero no en su rostro -lozano y jovial-, sino en el carácter. Comunicativo y abierto, integrado por completo en la cultura occidental, este chino de palabras claras abre una puerta hacia Oriente y relata su historia personal. “Vine aquí porque soy católico y quería estudiar medicina”, desvela.
La afirmación sorprende por extraña y porque es difícil pensar en la religión como un motivo migratorio. “Tenga en cuenta que yo me fui de Taiwán cuando tenía 21 años”, aclara este empresario oriental que ya ha cumplido los 56. “El catolicismo estaba prohibido en China por el régimen comunista, pero yo iba a un colegio jesuita y, muchas veces, los maestros nos hablaban de España. Desde entonces, quise vivir aquí”.
El camino que le trajo a Bilbao no fue sencillo y tuvo escalas. La primera, en Nueva York -“la ilusión de todo chino”-, aunque allí no le fue muy bien. “Todavía era muy jovencito y no sabía ni cocinar”, recuerda con una sonrisa. Fue entonces que pensó en Europa, por afinidad religiosa y para terminar su carrera. “Quería estudiar medicina, así que me inscribí en la Universidad de Salamanca. Cuando llegué era septiembre, y la ciudad me maravilló. Todavía había un sol de verano y la gente paseaba por las plazas disfrutando de los zuritos”, describe ahora con tono nostálgico.
Feliz con su nuevo hogar, Pedro empezó a estudiar y, al cabo de cuatro meses, ya hablaba en castellano. “El español está ‘chupao’”, pensaba en aquél momento, aunque no tardó en darse cuenta de que no era tan sencillo. “Hablaba como los indios, ¿sabe?, con los verbos en infinitivo. Para comunicarme estaba bien, porque la gente me entendía, pero no se puede hacer una carrera en esas condiciones”, reflexiona años después con una conjugación perfecta.
Decidió ir a Barcelona, a trabajar en un restaurante chino. Allí aprendió a cocinar y, sobre todo, a manejar el negocio. Tan aplicado fue en sus tareas que, apenas dos años después, se hizo socio de sus jefes y abrió un restaurante en Bilbao: Mr. Lee, el primero que hubo en Vizcaya. “Fue en 1976, poco después de morir Franco. Era una época de cambio, por el regreso a la democracia, y el negocio iba muy bien. No tenía competencia, excepto la cocina vasca”.
Con el tiempo, compró las partes de sus asociados, se convirtió en el único dueño y reunió el dinero suficiente para abrir otros locales. En la actualidad, Pedro es propietario de Asia Chic y Buddha Bar, en Bilbao, y del Café Shaigon y el lujoso Tse Yang, en Madrid. ¿Acaso existe una receta para forjar semejante imperio? “No tenerle miedo al riesgo -contesta-. No conformarse con poco. Yo hice algunos negocios de aventura que no me salieron bien, pero me sirvieron como experiencia. Incluso intenté abrir un restaurante en Madrid, en 1986, y el proyecto fracasó. Tuve que esperar diez años para que el resultado fuera el opuesto”, confiesa. Así se refiere al Tse Yang, el local de cocina oriental que posee en el hotel Villa Magna. “Dentro de poco cerrarán el edificio para hacer una remodelación y, cuando acabe, el restaurante será el ‘top chino’ de España”, adelanta emocionado.
La barrera del humor
Su conocimiento del comercio es profundo y su integración en la sociedad, absoluta. Aquí ha desarrollado sus negiocios y formado una familia. “Mis hijas son españolas y mis cuñados también. Así que algunos comen filetes y alubias, y otros, pescado y verduras”, dice para ilustrar que, en su hogar, conviven ambas culturas. El arraigo, sin embargo, no le ha impedido viajar a China, un país que sigue siendo el suyo, pero que, como él, ha cambiado.
“China se está convirtiendo en una potencia mundial. Crece a diario, prospera mucho y eso da miedo”. ¿Miedo ha dicho? “Sí. Allí hay 1.400 millones de personas y todas tienen ansiedad por salir a comerse el mundo -responde-, ¡eso es terrible!”. Al parecer, la fama de ser trabajadores se adecúa a la realidad. Sin embargo, “aquí no se sabe mucho” acerca de sus costumbres y el desconocimiento, justamente, alimenta muchos mitos.
Pedro reconoce que los orientales “se integran poco” y que eso distorsiona la idea que se tiene sobre su país. “Pero no es que seamos cerrados”, explica. “Nos cuesta relacionarnos porque el idioma, la gastronomía y la cultura son muy diferentes. Las mujeres chinas ven a los hombres de aquí demasiado corpulentos y eso les intimida. Y en mi caso, que tuve una novia española, me resultaba frustrante querer compartir un chiste con ella y no saber explicarlo, porque el humor también es distinto. Pero no hay que generalizar. China es más grande y variada que toda Europa y su sociedad va más allá de lo que muestra un ‘todo a cien’”.